Una patria es un conjunto de varias familias, e igual que uno mantiene comúnmente a su familia por amor propio, cuando no se tiene un interés opuesto, se mantiene, por ese mismo amor propio a la ciudad o al pueblo, que se llama patria. Cuanto más grande llega a ser esa patria, menos se la quiere, porque el amor compartido se debilita. Es imposible amar con ternura a una familia demasiado numerosa, a la que se apenas se la conoce.
El que arde en deseos de ser edil, tribuno, pretor, cónsul o dictador, alardea de que ama a su patria, cuando, en realidad, sólo se ama a sí mismo. Cada uno quiere estar seguro de que se acostará en su casa, sin que otro hombre se atribuya el poder de mandarle que se acueste fuera; cada uno quiere estar seguro de su fortuna y de su vida. Formulando así todos los mismos deseos, ocurre que el interés particular se convierte en interés general: se hacen votos por la república, cuando, en realidad, sólo se hacen por uno mismo.
Es imposible que exista sobre la tierra un estado que no se haya gobernado en principio por una república: es la tendencia general del género humano. Algunas familias se reúnen para defenderse de los osos y de los lobos. La que sólo tiene semillas abastece de ellas a las que sólo tienen madera. Cuando descubrimos América, encontramos todos los poblados divididos en repúblicas. Sólo existían dos reinos en esa parte del mundo. De mil naciones, sólo encontramos a dos sojuzgadas.
Ocurre lo mismo en el viejo mundo. Todo era república en Europa antes de los reyezuelos de Etruria y de Roma.
Aún hoy se ven repúblicas en África: Trípoli, Túnez, Argelia. Al norte son repúblicas de bandidos. Los hotentotes, al sur, viven aún como se vivía en los primeros tiempos del mundo: libres, iguales entre ellos: sin dueños, vasallos ni dinero, y sin apenas necesidades. La carne de sus corderos les alimentaba, su piel les vestía, sus casas eran de choza de madera y barro. Son los que despides más olor de todos los hombres, pero no lo huelen. Viven y mueren más agradablemente que nosotros.
En nuestro mundo, quedan repúblicas sin monarca: Venecia, Holanda, Suiza, Génova, Locca, Ragusa, Ginebra y San Marino. Se puede considerar a Polonia, Suecia e Inglaterra como repúblicas bajo un rey; pero Polonia es la única que toma ese nombre.
Ahora bien, ¿Qué es mejor, que vuestra patria sea un estado monárquico o un estado republicano? Hace cuatro mil años que se airea esta cuestión. Preguntad a los ricos, todos prefieren la aristocracia; interrogad al pueblo, quiere la democracia; sólo los reyes prefieren la realeza. ¿Cómo es posible que casi toda la tierra esté gobernada por monarcas? Preguntad a las ratas, que propusieron ponerle un cascabel al gato. Pero, realmente, la verdadera razón es, como se ha dicho, que los hombres no son, por lo general, dignos de gobernarse a sí mismos.
Es triste que, a menudo, para ser un buen patriota haya que ser enemigo del resto de los hombres. El antiguo Catón, aquel buen ciudadano, decía siempre, manifestando su parecer ante el senado: «tal es mi parecer y que se arruine Cartago.» Ser buen patriota es desear que su ciudad se enriquezca por el comercio y sea poderosa por las armas. Está claro que un país no puede ganar sin que otro pierda, y que no puede vencer sin hacer a otros desgraciados.
Tal es, pues, la condición humana, la de desear la grandeza de su país, que lleva consigo desear el mal a sus vecinos. El que quisiera que su patria no fuera jamás ni más grande ni más pequeña, ni más rica ni más pobre, sería un ciudadano del Universo.
Voltaire – diccionario filosófico.