¿Auge o declive de la clase media? aspectos sociales y políticos

La clase media ha sido, a ambas orillas del Atlántico, el concepto central para la construcción de los estados del bienestar en el periodo de la guerra fría. A un lado, en Estados Unidos – cuyo liderazgo político y económico era sólo discutido por la URSS –
Hollywood reflejaba el ‘sueño americano’ en el que el trabajo esforzado se eecompensaba con un salario próspero y una vida familiar apacible. Al otro lado del  charco, en la vieja Europa arrasada por la guerra, el ‘espíritu del 45’ impulsó ambiciosos
programas de reforma social y constitucional: desde el informe Beveridge a la constitución de Bonn.

El auge sin precedentes de la clase media durante los 30 años dorados del estado del bienestar han dado paso a una sensación generalizada de que ‘algo va mal’. Al declive del consenso socialdemócrata tras la crisis del petróleo del 73 le siguió la caída de la URSS y posteriormente la gran recesión de 2008.

La actual crisis del coronavirus, junto con otros riesgos derivados del cambio climático, la transición demográfica o la revolución tecnológica, auguran un futuro oscuro a la clase media. Al menos a ambas orillas del Atlántico. Y es que, una mirada más amplia –
global- certifica que los objetivos de reducción de la pobreza de la ONU en los últimos treinta años han sido posibles gracias al crecimiento sin precedentes de los países
ya emergidos como India y especialmente China. A pesar del aumento mundial de la población, por primera vez en la historia, la mitad de la población mundial es ya clase media, si bien que muy heterogénea, pero siempre urbana. El empobrecimiento que agita el populismo en ciudades como Detroit o Manchester convive con el auge de un nuevo y seguro optimismo en los suburbios de Delhi o Guanzhou.

Tras esta introducción sobre el origen y la situación actual de la clase media en el mundo, se dividirá el ensayo en tres partes. En la primera se tratarán los conceptos fundamentales: la caracterización de la clase media y su importancia para el crecimiento económico y la estabilidad política de las democracias atlánticas. En la segunda parte, se tratarán las tendencias actuales, es decir, las causas del empobrecimiento de la clase media atlántica y el paralelo auge de la clase media
mundial. Por último, en la tercera parte, se tratarán las consecuencias de estos fenómenos en los planos económico, político y sociocultural, así como algunas soluciones al empobrecimiento de la clase media europea.

Se da paso a la primera parte, dedica da a la caracterización e importancia de la clase media. Los sistemas sociales estratificados en clases sociales se vinculan a las grandes revoluciones políticas y económicas de la edad contemporánea. De un lado, la revolución francesa, poniendo fin a un sistema basado en los estamentos, constituyendo la igualdad jurídica de todos los ciudadanos y, ya en el siglo XX, el reconocimiento del sufragio universal. Por otro lado, las sucesivas revoluciones industriales que pusieron las condiciones para el crecimiento del proletariado y el progresivo ascenso de la clase media. Ya en el SXX, se vincula al fordismo como sistema de producción masiva y estandarizada.

Estas condiciones permitieron reducir la pobreza a un ritmo sin precedentes en los países occidentales, dando lugar a una nueva clase social: superior al tradicional proletariado industrial pero inferior a la burguesía. Sin embargo, acotada en estos términos, se refiere a una realidad amplia y, por tanto, necesariamente diversa. Por ello, teniendo como base los trabajos económicos y sociológicos clásicos de Marx y Weber, se han propuesto distintas caracterizaciones.

Cuantitativamente, se define a la clase media en función de la renta y la riqueza. La definición que suscita un mayor consenso entre los expertos es la que incluye a quienes reciben entre el 75% y el 100% de la renta media de la población considerada. Al ser una definición relativa, su problema es que un descenso general de la renta en toda la población impide juzgar al declive de su poder adquisitivo. Este ha sido el caso de la clase media española que, según datos de la encuesta de condiciones de vida del INE, se ha reducido a las personas que ingresan entre 12m y 30m€ anuales debido a las sucesivas crisis económicas en los últimos 10 años. Por ello, se añaden otros aspectos
destinados a evaluar la ausencia de exclusión social, más allá del sesgo adquisitivo, y que incluyen disfrutar de vacaciones durante una semana al año o ser capaz de hacer frente a gastos imprevistos.

Cualitativamente, se define a la clase media en función de sus valores, aspiraciones y actitudes. De esta forma se la vincula en su dimensión privada, con la preferencia por la seguridad en el empleo, un sueldo suficiente para su familia y que le permita ahorrar e invertir: especialmente en la educación de sus hijos y, eventualmente, en emprender un negocio. De esta forma, son el motor de un crecimiento económico virtuoso e inclusivo basado. Por otro lado, en su dimensión pública, se vincula con la preferencia por sistemas democráticos que le permitan disfrutar de sus derechos políticos y
económicos, así como por la intolerancia hacia la corrupción. De esta forma, serían la base de sistemas políticos abiertos, competitivos y eficaces, protagonizados por los grandes partidos de masas tradicionales. En ambas dimensiones, política y económica, destaca muy especialmente la inclusión progresiva de la mujer en todos los aspectos de la vida económica, política y social.

En definitiva, la clase media atlántica, está estrechamente vinculada con el contexto de la segunda postguerra mundial, es decir, con el establecimiento sociocultural (EEUU), institucional (UK) o constitucional (Alemania, Francia, Italia) de estados del bienestar. La clase media ha sido protagonista político y económico de una mejora sin precedentes de los estándares de vida. De esta forma, la propia idea de estructura y movilidad social dejó de estar asociada al origen social para concebirse en función del mérito educativo, laboral o empresarial.

Una vez tratados el contexto de origen, su caracterización cuantitativa y cualitativa y su importancia en los estados del bienestar atlánticos tras la segunda postguerra mundial, se da paso a la segunda parte. En ella se analizarán las tendencias actuales que afectan a la clase media, en las que la globalización tiene un papel clave: el empobrecimiento de la clase media atlántica y el paralelo auge de la clase media en el resto del mundo. Para ello utilizaremos datos del informe de la OCDE ‘la
exprimida clase media’ y los dat os de la Gapminder Foundation.

Desde un punto de vista macro, el declive de la clase media atlántica se relaciona con un cambio de modelo económico: la deslocalización industrial dio paso a una economía de servicios. Desde el punto de vista político, el fenómeno de la estanflación puso en jaque la doctrina keynesiana en favor de un modelo neoliberal favorable al adelgazamiento del sector público y su intervención en la economía. En tercer lugar se ha producido un acelerado cambio demográfico: el envejecimento de los baby
boomers ha sesgado las políticas públicas en detrimento de las nuevas generaciones. Por último, la revolución digital ha polarizado la estructura ocupacional: la  automatización amenaza buena parte de los empleos tradicionales, y la cualificación digital polariza el empleo y genera crecientes desigualdades.

Desde el punto de vista micro, mientras los salarios decrecen, los gastos aumentan. En en paridad de poder adquisitivo, las rentas salariales se han reducido en las últimas décadas como consecuencia del aumento de la población ocupada, que no se compensa a través de incrementos en la productividad. De esta forma, los puestos menos productivos (industrias en declive, servicios complementarios, etc) tradicionalmente ocupados por hombres de cualificaciones medias, mujeres e inmigrantes, sufren las
peores consecuencias. Al mismo tiempo, los gastos han crecido. Las inversiones en educación se encarecen y prolongan en el tiempo, también los gastos médicos y cotizaciones dedicadas a financiar  los costes del envejecimiento, y muy especialmente la vivienda en los grandes centros urbanos que concentran las oportunidades laborales (llegando a encarecerse un 20%, hasta superar el tercio de los ingresos totales).

La consecuencia de todo ello es el auge del precariado en la generación millenial, para la cual, la clase media es más una aspiración que una realidad. La cualificación ya no es garantía de un trabajo duradero y bien remunerado, y la ‘uberización’ laboral impulsa lo que la OIT ha denominado ‘trabajos atípicos’. A pesar de todo, persiste la identificación mayoritaria de la población con la clase media, a pesar de su declive. En España, la situación es particularmente llamativa: mientras que, en la OCDE, uno de cada 7 ciudadanos estaba en riesgo de pobreza, en España el riesgo amenaza a 1 de cada 4.
Según la OCDE, estas dinámicas señalan deficiencias estructurales en los estados del bienestar: su papel redistribuidor es cada vez más limitado, pasando cada vez más a ser sistemas de protección intra clase o, en el peor de los casos, sencillamente regresivos. Todo ello da alas a la narrativa de una ‘generación perdida’ atenazada por el miedo a un futuro en el que los estándares de vida de sus padres son, en muchas ocasiones, inalcanzables.

Mientras tanto, se produjo el auge de una nueva clase media en los países emergentes, los grandes beneficiados de las tendencias de la globalización. A nivel macro,
la deslocalización industrial hacia países como Corea del Sur, Vietnam, Taiwan tuvo rápidos efectos en países pequeños y dinámicos, pero alcanzó cotas geopolíticas en los países más grandes como India y China, a pesar de necesitar más tiempo para lograr los mismos efectos. La primera fase de crecimiento se basó en la inversión extranjera y las exportaciones, junto con la entrada de divisas de la emigración y el uso del superávit
en la compra de deuda extranjera para redujese la apreciación de la divisa propia. Este mecanismo actuó como un círculo virtuoso que impulsó el crecimiento de la renta salarial e impulsó el consumo interno. Junto con ello, se produce una auténtica ‘explosión demográfica’ que orienta la inversión en educación básica y, cada vez más, en aprovechar las oportunidades de las TIC primero y, en la actualidad de las tecnologías disruptivas.

De esta forma, cuantitativamente, se erige una nueva clase media que, según datos del Banco Mundial, consume entre 10 y 110 dólares diarios. Aunque está muy por debajo de la clase media atlántica, se aleja con rapidez de una situación de partida dominada por la pobreza extrema y la privación material severa. Así, aumenta el consumo de carne, automóviles, telefonía e incluso del turismo. Junto a la mejora del nivel general de vida, se produce también cambios cualitativos, relativos a las actitudes, aspiraciones y valores. Según la World Value Survey, la clase media del Pacífico es la más favorable a la globalizacion y al capitalismo, ya que percibe, en ausencia de sistemas del bienestar generalizados, que su prosperidad se basa en su trabajo. Frente a la igualdad de
oportunidades, se privilegia el conocimiento y el esfuerzo como claves de su idea de meritocracia. En este sentido, tanto los los sistemas educativos como la selección de funcionarios en China llaman la atención por su exigencia y competitividad como garantía de calidad. Aunque a menudo implican barreras de entrada a los menos favorecidos, abre auténticas oportunidades al talento y apuntalan la ideología de que la movilidad social es realmente posible.

Teniendo en cuenta las tendencias fundamental es que afectan al declive de la clase media atlántica y el auge de la nueva clase media en el Pacífico, se da paso a la tercera y última parte del ensayo. En ella se tratarán las consecuencias sociopolíticas de este trascendental fenómeno global. Desde el punto de vista demográfico, la clase media atlántica decrece y envejece; mientras que en el pacífico crece a gran velocidad y aprovecha su dividendo demográfico.

Económicamente, la clase media atlántica se encuentra -en palabras de la OCDE-
‘exprimida’ y empobrecida por las tendencias globales de fondo. La pobreza infantil es el caso más grave y preocupante ya que corre el riesgo de cronificarse en el tiempo y reproducirse en la juventud y la edad adulta. Por su parte, la clase media del Pacífico mejora significativamente sus condiciones de vida, siendo ya el principal motor económico mundial. Las inversiones públicas o privadas, nacionales o extranjeras, que capitalicen sus posibilidades tienen grandes posibilidades de multiplicarse, tal y
como muestra la tasa de crecimiento del PIB de dichos países. Sin embargo, su distribución es muy desigual y segmentos de millones de personas se encuentran tan sólo por encima del umbral de la pobreza, con riesgo de descender un peldaño en situaciones adversas.

Socialmente, la clase media atlántica sufre lo que Richard Sennet denominó ‘corrosión del carácter’. Crece la sensación de incertidumbre como consecuencia de la disolución de las certezas institucionales, laborales y, en definitiva, vitales que ofreció antaño el estado del bienestar. La ausencia de sentido de pertenencia -el desclasamiento-
y de los mecanismos formales e informales de solidaridad espolean el individualismo
y la vergüenza de depender de otro (ya sea del entorno social cercano o de las políticas públicas). En la idea sobre la movilidad social, la suerte sustituye al mérito.

Todo ello tiene indudables consecuencias políticas. El miedo al futuro deslegitima los sistemas democráticos. Mientras tanto, la pérdida de calidad de vida cristaliza en resentimiento hacia los que juzgan responsables de su situación. En primer lugar, las personas mayores, protagonistas de la construcción del estado del bienestar, por haber diseñado un sistema cuyo peso carga ahora sobre sus hombros. Por otro lado, hacia quienes se han incorporado al mercado laboral nacional o son benefiacarios de programas de asistencia específicos (mujeres e inmigrantes). Por último, hacia los
extranjeros que se han incorporado a las cadenas de producción de valor mundiales, por haber devaluado los salarios de las industrias tradicionales.

Esta ideología,contraria a lo que Dahrendorf dio en llamar ‘consenso social-liberal’, afecta directamente a los partidos de masas tradicionales. La crisis de representación subsiguiente es un mal para la democracia, pero su capitalización por parte de movimientos y partidos nacional-populistas puede significar no sólo un desafío para los estados del bienestar, sino para el proyecto de integración de la UE y para las ya maltrechas relaciones internacionales.

En definitiva, y como conclusión, el declive de la clase media Atlántica es un riesgo existencial para los sistemas democráticos y del bienestar en Occidente. La OCDE estima que es urgente restablecer una clase media que revitalice dicho proyecto, genuínamente el de la Unión Europea. Para ello, recomienda una reforma fiscal progresiva, que minimice la dispersión de las rentas después de transferencias y financie unos servicios y bienes públicos de interés general. Entre ellos destaca la
conciliación familiar, la educación, la salud, y las oportunidades de empleo de calidad. La democracia es, en este sentido, tanto el instrumento como el destino. Precisamente por ello queda como cuestión abierta si el crecimiento de la clase media en el Pacífico apuntalará o cuestionará los regímenes autoritarios allí donde existan.

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