¿Hacia el colapso de las sociedades complejas? Factores medioambientales, demográficos, sociales y culturales

A menudo se califica nuestra época como el antropoceno, es decir, el periodo en el que la humanidad protagoniza los procesos de transformación del mundo de forma acelerada y con final incierto. Previamente, la humanidad se organizaba en sociedades simples, y era un sujeto pasivo del mundo y de la historia, a merced de fuerzas que no podía preveer, controlar o dirigir. Su aspiración era adaptarse a un medio hostil. Pero hoy la humanidad se organiza en sociedades complejas, con un poder desconocido: que sean los ecosistemas los que se adapten a sus necesidades y exigencias. El fruto de tal actividad dejará una impronta reconocible en el registro geológico, lo que justifica que seamos ya una civilización con capacidades trascendentales.

Las sociedades simples que acostumbran a estudiar arqueólogos y antropólogos, a pesar de su fragilidad, de poder disolverse silenciosamente (sin dejas apenas huella) por algún infortunio en el ecosistema que las albergaba, sobrevivieron al paso del tiempo durante aproximadamente 200m años. En cambio, las sociedades complejas, urbanas (no importa que las consideramos fruto de la revolución neolítica o de la industrial) parecen encontrarse, como aquellas, al borde del colapso. La diferencia es que, en esta ocasión, se trata de un fenómeno autoinducido: no ya de la incapacidad de conservarse, sino de la capacidad de degradar sus condiciones de posibilidad dando lugar a un sonoro cataclismo.

En todo este proceso hay un factor clave: la energía. La ley de White establece que la complejidad de una sociedad depende directamente de la energía consumida. Frente a sociedades simples y extensivas en energía, se encontrarían las sociedades complejas e intensivas en ella. Gracias a la energía, aumenta la productividad, la población, se generan excedentes, la sociedad se especializa y estratifica, se genera una clase social no productora y nacen nuevas ideologías, formas religiosas y culturales. También se crean estructuras administrativas de gestión de la complejidad. Por ello, la gestión sostenible de la energía y de la complejidad (que son indistingibles) es, probablemente, el mayor desafío de cualquier sociedad, pues su futuro depende de él.

Tras esta introducción, se dividirá el ensayo en tres partes. En la primera se tratarán algunos conceptos fundamentales: en primer lugar y brevemente, el de sociedades complejas y después, más extensamente, el de colapso, como uno de sus posibles desenlaces. En la segunda parte se tratarán algunos factores y dimensiones clave del colapso de las sociedades complejas. Por último, en la tercera parte, se tratará, desde el punto de vista de la teoría de la decisión, cómo las sociedades se enfrentan a una situación de colapso.

Se da paso a la primera parte dedicada a los conceptos fundamentales, tanto el de sociedades complejas como el de colapso. En primer lugar, una consideración preliminar: como se ha adelantado en la introducción, el colapso no es un fenómeno que afecte únicamente a las sociedades complejas, sino que es un horizonte es común a todo tipo de forma de vida organizada, individual o social, simple o compleja. Sin embargo, sus perfiles en sociedades complejas son mucho más llamativos y nos conciernen en primera persona.

Tomando como referencia las democracias pluralistas postindustriales de la actualidad, Innerarity sugiere que la complejidad es un término a sí mismo complejo de analizar. Puede concebirse como azarosa, pero también como necesaria: la estructura social podría ser de múltiples maneras (y distintos ingenieros sociales, reformadores o revolucionarios han pretendido diseñarla) pero una vez que se superan determinados cuellos de botella, se genera un efecto trinquete y es muy difícil modificar el status quo. Otra dimensión es tratar de concebirla como interdependencia o como integración. Por un lado, supone diferenciación funcional y estratificación social. Implica la secularización religiosa, la autonomía de la política y la positivización del derecho, la libertad del mercado… y también la formación de clases sociales diferenciadas. Pero por otro, la sociedad no es un mecanismo, es un todo que se comporta como una unidad superior a la suma de sus partes

Por otro lado, lo que pueda significar el colapso de una sociedad compleja tampoco es una cuestión exenta de controversia. Taibo define colapso como un proceso en el que las necesidades básicas, infrestructurales, no puedes satisfacerse razonablemente, lo que implica una reducción drástica de la población y de la complejidad en un área razonable y durante un tiempo prolongado.

Además, distintas disciplinas han desarrollado técnicas para operacionalizar dicha definición. Marvin Harris propone que el estilo de vida de una población en un territorio determinado depende de la cantidad de materiales y energía que sea capaz de extraer del ambiente, el cual impone un límite máximo. La mayoría de sociedades sencillas se aproximan al ‘forrajeo óptimo’, y con densidades de población y necesidades de material y energía muy bajas, se mantienen por debajo de la capacidad de carga. La razón es que, a medida que dichas variables aumentan, se aproxima el punto de rendimientos decrecientes y es necesario más tiempo y más energía para obtener una unidad marginal más de recurso útil. Algunas sociedades superan este punto empujados por una población creciente que aspira a un igual o mejor nivel de vida que sus antecesores. El riesgo es que intensificar el gasto de energía puede degradar el ecosistema de forma irreversible y minar las condiciones de continuidad de la sociedad en cuestión.

Jared Diamond pone ejemplos de intensificaciones en el consumo de energía que se han sucedido en la historia y que han dado paso a sociedades cada vez más complejas. Desde las sociedades de cazadores y recolectores, extremadamente sencillas. Empujadas por el crecimiento poblacional, no satisfacen sus necesidades con la recolección silvestre y una caza menguante e intensifican su obtención de energía con la tala y quema del bosque sobre el que cultivar de forma semiartificial. La intensificación de las quemas degrada el suelo y con la desaparición de los bosques se introduce el ganado como fuente de energía. Pero el ganado compite con el hombre por los recursos agrarios y se suceden ciclos de crianza y matanza selectiva. Finalmente se introduce la domesticación a gran escala con cultivos de regadío y ganado estabular, en poblaciones sedentarias y densamente pobladas, dando lugar a las primeras ciudades y sistemas crecientemente complejos. Se produce el origen del estado, se acumulan excedentes para el comercio exterior y se consolidan clases no productoras, especialmente la dirigente, la militar y la dedicada a la vida cultural, artística y el nacimiento de ideologías (seculares o religiosas) institucionalizadas.

A pesar del origen de la revolución industrial en el siglo XVIII, Hobsbawm recuerda que fue en los años 60 del siglo XX cuando la mayoría de la población mundial abandonó definitivamente un estilo de vida tradicional. El uso de nuevas formas de energía, su aprovechamiento por distintas tecnologías e insumos agrarios (la conocida como revolución verde) y la industrialización de todos los procesos la que impulsó el crecimiento de la población a ritmos inéditos (el baby boom) la producción de excedentes y la disponibilidad de medios de transporte y energía barata para el comercio internacional, y, en definitiva, para la construcción de estados sociales y democráticos de derecho . El nivel de complejidad que caracteriza a estas formas de organización se basan en un capitalismo fósil muy dependiente de la energía barata procedente de fuentes no renovables como el carbón, el  petroleo y el gas.

Teniendo en cuenta lo anterior, se da paso a la segunda parte del ensayo para tratar los factores y rasgos característicos del colapso. Como se ha visto hasta el momento, las variables de energía, población y complejidad social y cultural son absolutamente solidarias y crecen en paralelo. Por ello, vamos a tratarlas detenidamente y por separado en la situación actual.

El factor medioambiental es esencial para determinar el futuro el sistema porque se relaciona directamente con la energía y los materiales que se extraen del ambiente, es decir, con el estilo de vida de una población y con la capacidad del carga del ambiente. La complejidad creciente de nuestras sociedades desde 1960 se basa en el consumo acelerado de energía fósil. A medida que se han ido consumiendo los yacimientos más rentables, es necesario buscar yacimientos más inaccesibles y de menor calidad. Por ello, no existe consenso entre los expertos sobre si ya se ha superad el pico (o el punto de rendimientos decrecientes) de los combustibles fósiles. En todo caso la Organización Meterológica Mundial introduce un indicio: se ha superado la barrera de las 400 partes de CO2 por millón en la atmósfera, y más de la mitad del incremento desde los niveles preindustriales se ha producido en las últimas décadas.

A pesar de ello, la tendencia al consumo creciente de energía sigue al alza, motivado por el crecimiento de potencias como India y especialmente China. El presumible agotamiento de los recursos fósiles baratos ha impulsado una carrera por el liderazgo y desarrollo de las energías renovables en todo el mundo, especialmente en los países cuyo crecimiento futuro depende ellas, y otras regiones medioambientalmente conscientes como la UE. A pesar de ello, el tratado de París de 2015 y las sucesivas conferencias de las partes (COPs) en materia de cambio climático no logran adecuar los compromisos con las medidas requeridas por los expertos.

En segundo lugar, el factor demográfico, se relaciona directamente con la demanda de energía, con la complejidad creciente de las sociedades y con la capacidad de carga del ambiente. En los orígenes de la revolución industrial, en el planeta vivían aproximadamente 2mM de personas y en la población y la oficina estadística de la ONU ve posible que en 2050 seamos cerca de 10mM de personas. Como la capacidad de carga del planeta depende del estilo de vida, la capacidad del planeta para alojar a poblaciones crecientes depende del nivel de vida que se considere como referencia. El aumento de la población se producirá especialmente en los países en vías de desarrollo (en América Latina, sudeste asíatico y muy acusadamente en el continente africano) La explosión demográfica de estas regiones implica una presión creciente por mantener y mejorar el nivel de vida, mientras que la degradación ambiental implicará restricciones crecientes para el acceso al agua y los alimentos básicos. En estas condiciones, la natalidad puede reducirse dramáticamente y aumentar drásticamente las tasas de mortalidad y de migraciones internacionales. El Alto Comisionado de la ONU para los refugiados (ACNUR) calcula que el número de personas que huyen de su lugar de origen por causas climáticas se ha multiplicado por 10 en las ultimas décadas, hasta alcanzar los 2mM de personas.

En tercer lugar, los factores de complejidad económica, social y cultural.Tanto la escasez como la desigualdad son fuentes acreditadas de conflicto por distintos estudios comparados de historia y ciencia política. En este sentido, según datos del Banco Mundial, la mitad de la población tiene tan solo el 1% de la riqueza y un ligero aumento de los precios de las materias primas alimentarias supondría un enorme desafío para millones de personas. Mientras tanto en los países desarrollados, se desperdicia un tercio de la producción de alimentos. Un contexto generalizado de escasez de energía y materias primas básicas puede impulsar a conflictos sociales o estatales de muy diversa escala y consideración. Aumentarían los estados disfuncionales y fallidos. Las grandes ciudades y administraciones complejas no podrían continuar siendo sumideros de materia y energía a gran escala y se produciría una desurbanización a gran escala. A ello, además, puede contribuir el nacimiento o revitalización de ideologías políticas o religiosas de competencia extrema y supremacismo.

Con ello se da paso a la tercera parte del ensayo, dedicada al problema de la decisión en torno al colapso. Teniendo en cuenta la gran incertidumbre a la hora de determinar una situación de colapso inminente, Taibo acota tres escenarios: el declive paulatino (en paralelo al envejecimiento individual) la extinción (solidaria con la desaparación de una especie) o un escenario oscilante (en el que los fallos sucesivos en distintos componentes de una máquina u órganos de un cuerpo permiten el funcionamiento con alguna dificultad, pero sin que se perciba un fallo sistémico).

Las sociedades complejas se caracterizan por un elevado nivel de información y por contar con sistemas administrativos capaces de movilizar gran cantidad de recursos (capital, financieros, humanos, técnicos, etc). Por ello, parecen capacitadas para contrarrestar los efectos de degradación o de colapso que pudieran producirse como consecuencia dela actividad ordinaria de la sociedad. De hecho, las administraciones fueron originalmente diseñadas para enfrentarse a la solución de problemas complejos en busca del interés general. Sin embargo, a menudo, tal y como demuestra el registro histórico y arqueológico, algunas sociedades han colapsado por ser incapaces de hacer frente a desafíos existenciales. Para explicar esta contradicción aparente, Diamond contempla cuatro posibilidades.

La primera es la falta de previsión. Puede que la ausencia de ejemplos anteriores, que fuesen muy lejanos en e tiempo o el espacio o que se hayan olvidado impidan tomar decisiones óptimas. Pero las sociedades complejas cuentan con registros del pasado, gran capacidad de acumular información y conocimiento, e incluso predecir con cierto grado de confianza situaciones futuras. La última alternativa es el recurso al argumento de la falsa analogía según el cual, las situaciones de colapso anterior no guardan semejanzas estructurales con la situación actual. En este sentido, cabría pensar que las situaciones de colapso se han producido en sociedades mucho menos complejas, innovadoras y adaptativas tecnológicamente .

En segundo lugar, la falta de percepción: existen problemas o situaciones en las que su origen o sus efectos resultan imperceptibles, como ha sido el caso hasta fechas recientes. Sólo gracias al perfeccionamiento de las ciencias y técnicas de recopilación y análisis de datos ambientales, demográficos y de todo tipo (económicos, políticos, sociológicos) se ha podido aventurar la situación actual con cierto grado de confianza. En segundo lugar, la falta de previsión puede deberse a la lejanía entre los efectos y las personas encargadas de decidir. Este fenómeno puede explicar que, por ejemplo, el consenso ambiental en los Países Bajos sea casi unánime porque los riesgos de inundación son compartidos por todos por igual. También puede faltar previsión cuando se producen variaciones con una lentitud y fluctuaciones que hacen imposible preveer una tendencia. Por último, puede deberse al efecto de adaptación progresiva, actualizando la percepción de normalidad a unas condiciones de degradación paulatina

En tercer lugar, destaca la ausencia de reacción ante un problema percibido, siendo la opción que requiere más detalle. Desde la perspectiva de la decisión racional existen paradojas como la popularizada por Garret Hardin como la tragedia de los comunes. En ella, el aprovechamiento individual de bienes compartidos y la descarga común de las externalidades negativas inducen una espiral de rapiña en la que todos son finalmente perjudicados. Así ha sucedido con acontecimientos como la extinción de la megafauna por las sociedades cazadoras, la explotación de caladeros de pesca internacionales o los efectos de la contaminación a nivel global. Otra posibilidad de debe a la presencia de conflictos de intereses (no sólo personales sino, por ejemplo, inducidos por grupos de presión de industrias en declive como el sector energético, automovilístico o minero).Por último, cabe la posibilidad de que se privilegien los efectos positivos y seguros a corto plazo en la esperanza de que los beneficios acumulados permitan una mejor gestión de unos riesgos inciertos de mañana. Sin embargo, dado el conocimiento técnico y científico sobre la materia, esta opción no resulta adecuada.

A todas ellas puede añadirse comportamientos que no entran dentro de la decisión racional, sino de distintos efectos psicológicos. Entre ellos destaca el efecto de los costos irrecuperables, que induce a continuar con el mismo hábito o inversión a pesar de que ya resulta ruinoso. También puede aducirse fenómenos de conformidad a la mayoría que impida un adecuado liderazgo de crisis . Por último, se encontraría el efecto de la negación ante el peligro inminente. En ese sentido, se ha comprobado experimentalmente que poblaciones expuestas a riesgos localizados y próximos (una central nuclear, una presa, instalaciones industriales peligrosas) manifiestan un consenso sobre la seguridad muy superior al de la población general, que sólo se explica por la necesidad de aliviar una situación de estrés permanente.

Como conclución: se puede asegurar que la mayoría de las sociedades no han tomado decisiones catastróficas y no fracasan en la solución de sus problemas. De lo contrario, no habrían florecido las sociedades complejas. Sin embargo, si cabe recordar con cautela que existe una última posibilidad que consiste en la falta de éxito de las respuestas a las crisis. En la mayoría de las ocasiones esto se produce porque la dimensión del problema supera las capacidades de resolución, o tienen un coste prohibitivo o los efectos de las mismas vayan a producirse con demasiado retraso. Sin embargo, y a pesar de las alertas de la comunidad científica, todavía no nos encontramos en este escenario. Las sociedades compleja pueden todavía acometer con inteligencia las acciones necesarias para mitigar los efectos de un posible colapso.

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