Multilateralismo y agenda política global. Nuevos y viejos actores en las relaciones internacionales

El presidente Nixon en su visita a la China de Mao en 1972.

Hay momentos en la historia que es dificil determinar si se ha producido un cambio abrupto o este ha sido consecuencia de procesos más profundos. Y es que el nuevo orden mundial tiene antecedentes en las décadas de los 70 y 80. Así lo pone de manifiesto la tercera ola democratizadora que afectó en Europa a Grecia, Portugal y España y a buena parte de los países de América Latina. Poco después, en África, el fin del Apartheid y el triunfo de Nelson Mandela en 1991 permitió ser optimista con el hasta entonces llamado ‘tercer mundo’ augurando un futuro próspero para los países en desarrollo -los desde entonces conocidos como BRICS.

Alguno de estos antecedentes ya fueron estrictamente contemporáneos de lo que Hobsbawm calificó como ‘la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX’, y que daría forma al nuevo orden mundial del siglo XXI: la caída del muro de Berlín en 1989 y la descomposición de la URSS y Yugoslavia en 1991. Estos procesos culminaron la Guerra Fría como enfrentamiento entre dos modelos: el EEUU democrático y capitalista y la URSS autoritaria y socialista. Una conclusión precipitada podría declarar el ‘fin de la historia’ y el triunfo del proyecto occidental. Sin embargo, a pesar de la democratización y crecimiento de buena parte del mundo, aun quedarían desafíos por resolver.

Se dedicará este ensayo a trazar un breve mapa de la situación actual de las relaciones internacionales. Para ello será preciso prestar atención a variables de largo recorrido y de contexto. Por eso, en la primera parte, se trazarán las inercias, transformaciones y discontinuidades del escenario del fin de la Guerra Fria y de los primeros momentos del orden internacional, en el que primará la vocación del multilateralismo. En la segunda parte, se centrará la atencion sobre los problemas y retos más acuciantes dentro de un contexto de crisis de las instituciones multilaterales de gobernanza. Por último, en la conclusión, se enfatizará la necesidad de una gobernanza internacional de Naciones Unidas para enfrentar los grandes retos de la humanidad.

Dando paso a la primera parte, parece necesario comenzar con China, el gran gigante emergente. La visita del presidente Nixon al país de Mao en 1972 sería sólo el primer exponente de su importancia. A la muerte del ‘Gran timonel’ en 1976 se sucedería un amplio proceso de apertura económica dirigido por Deng Xiaoping que, sin embargo, no corrió en pararelo a la apertura política, tal y como demostró la represión de las protestas de la plaza de Tiannamen en 1989, solidarias con la caída del comunismo en Europa. China es hoy la ‘gran fábrica del mundo’ y ha experimentado reducciones sin precedentes de la pobreza y el ascenso de una nueva clase media urbana. Paradójicamente, el autoritarismo le permite eludir los ciclos políticos y embarcarse en proyectos a muy largo plazo como ‘la nueva ruta de la seda’ (hacia el oeste) o el acuerdo economico transpacífico (hacia el este). En definitiva, China se erige como nueva superpotencia económica y principal socio comercial de la mayoria de países del mundo.

Mientras tanto, EEUU ve reducida su influencia. Al papel de China se le añade la ampliación y convergencia de la Union Europea. Su primer hito fue la reunificacion alemana obrada por Helmut Khol en 1991. En segundo lugar, el Tratado de Maastrich de 1992 que confería a la Union personalidad jurídica propia, fijaba sus instituciones y funcionamiento, sus valores y objetivos. Entretando, la Union Economica y Monetaria- con el euro como moneda desde 2002- y la incorporación de 28 países evidenció las tensiones entre la ampliación y la profundización así como entre la soberanía europea y las estatales dando lugar a ‘europas de distintas velocidades’. Sin embargo, esta ‘constelacion postnacional’ ha integrado a 500 millones de habitantes, lo que supone el mayor mercado mundial en paridad de poder adquisitivo, la mitad del gasto social del planeta en virtud de sus desarrollados sistemas del bienestar, y un ‘soft power’ capaz de seducir a un amplio número de países anteriormente autoritarios, convirtiéndose -pese a sus problemas- en un modelo de referencia mundial.

En este éxito tuvo un papel fundamental el denominado ‘fin de las ideologias’, es decir, el pragmatismo político por encima de las aspiraciones revolucionarias del periodo precedente. Superado el fascismo, el descrédito del comunismo supuso la transformación progresiva de los partidos comunistas y socialistas europeos en partidos ‘atrapa-votos’. Así, la alternancia pacífica del poder, el impulso de políticas sociales y la autonomia territorial fueron claves políticas del periodo. En España, la constitución del 78 permitió un largo gobierno socialista que impulsó el bienestar y la autonomía, y cuya política de reconversión facilitó el mayor periodo de crecimiento economico del pais en los años de gobierno popular. En Italia, la corrupción impulsó una reforma constitucional, la desaparición de los partidos principales de 1947 y el gobierno en 1998 del Partido Democrático de la Izquierda (sucesor del partido comunista) con un programa moderado. El Reino Unido, con el ‘nuevo laborismo’ de Blair y Brown, vivió un periodo de crecimiento y reformas como la autonomia de Escocia y Gales, así como la paz con el IRA. Además, los países del Este vivieron un hito con la elección de Lech Walesa -líder del sindicato Solidaridad- como presidente de Polonia en 1990, símbolo de la transición y convergencia de los países del este con la nueva Europa.

Pero EEUU también aqueja la emergencia de la nueva Rusia. En efecto, el fin del imperio soviético conllevó serias dificultades políticas y económicas durante el gobierno de Yeltsin. El golpe de estado de la gerontocracia de 1993 y el acelerado proceso de transición económica son muestras de ello. El resultado ha sido una consolidacion progresiva de un ‘régimen hibrido’ formalmente democrático aunque materialmente autoritario- de la mano de la presidencia de Vladimir Putin desde 1999. La desigualdad, la pobreza y el crimen han sido desplazados de su agenda por diversos problemas territoriales. La popularidad de Putin se consoidó desde el principio debido a amortizacion de la nostalgia de un imperio perdido a través de la solución militar de los problemas territoriales desde Osetia, Abjasa, Georgia hasta el fenómeno del terrorismo islamista en Chechenia.

Espacio aparte merece el terrorismo islamisma. Nuevamente, un diagnóstico quizá precipitado podría concluir una suerte de ‘choque de civilizaciones’ que afirme que, tras la caída del comunismo, el islamismo fuese el nuevo enemigo de Occidente tras los ataques terroristas sobre el World Trade Centre y el Pentágono en 2001. Además, pervive el problema árabe-israelí que contribuye a la inestabilidad del problema, pese a los Acuerdos de Oslo de 1993 que fiaba una solución de dos estados, todavía irresuelta. Además, surgen otros nuevos movimientos sociales que se erigen sobre el legado de las protestas antiglobalizacion de Seattle de 1999. Tras la crisis economica de 2008 originada en EEUU y que ha afectado a los estados del bienestar, a la gobernanza europea y a los sistemas de partidos occidentales, han alimentando el nacional-populismo (proteccionista y xenófobo) a ambas orillas del Atlántico.

Todos estos problemas son fundamentales para comprender el nuevo orden internacional basado, en principio, en la máxima autoridad de Naciones Unidas. A pesar de su labor a principios del periodo, sancionando la intervención internacional contra la invasión iraquí de Kuwait en 1990, se encontró también fracasos en la gestión del genocidio Ruandés de 1993 y la irrupción del unilaterialiso por parte de la OTAN en la guerra de los balcanes en 1995. Debido a estos sucesos, se creó en 1998 el Tribunal Penal Internacional. Por otro lado, y en contra del espíritu de la Carta de San Francisco de 1945, la guerra contra el terrorismo internacional ha conllevado diversas intervenciones unilaterales. La crisis de Naciones Unidas, motivada por sus fracasos, por la instrumentalizacion de las viejas potencias y las reclamaciones de participacion de los nuevos actores internacionales, llevó a Koffi Annan a proponer -sin exito- la reforma de la organización. A pesar de todo, Ban Ki Moon se mostró relativamente satisfecho con su labor debido a éxitos concretos en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, pese al contexto de recesión economica mundial. Por su parte, Antonio Guterres, secretario General de la organización desde 2015 y anterior Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, se ha encontrado un mundo diferente debido a la crisis de los refugiados del mediterráneo, a los desencuentros en la cumbre del clima de paris de 2017 y a la nueva amenaza nuclear de Corea del Norte, entre otros problemas

Hasta ahora, se han tratado las transformaciones fundamentales en los principales actores políticos, la emergencia de nuevos actores estatales y no estatales así como los hitos fundamentales del periodo post-guerra fría. Se ha identificado el marco de multilateralismo que aspiraba a ser clave del nuevo orden mundial y se han señalado también las primeras contradicciones del mismo. Por ello, se va a dar paso a continuacion a la segunda parte del ensayo. En ella se centrará la atención en la actualidad más reciente, prestando especial consideración a los nuevos problemas y transformaciones en un contexto de creciente inestabilidad internacional en el que la competencia y el unilateralismo parece cobrar nuevas fuerzas frente a la colaboracion internacional.

En efecto, tal y como se ha señalado, el fin de la Guerra Fría ha supuesto el colapso de un sistema internacional que todavía no ha sido sustituído por otro sistema estable. Por ello, sumado a las amenazas y oportunidades derivadas de las transiciones a la democracia, la consecucion de una paz durareda y el bienestar social, hay que añadir nuevos riesgos dificiles de gestionar por un sistema de gobernanza mundial en crisis. El primero ha sido la crisis economica de 2008, originada en EEUU y que, debido a deficiencias endógenas de algunos estados, tuvo graves consecuencias en la UE. La ‘crisis fiscal del estado’ en los países del Sur indujo una crisis de gobernanza con un doble efecto. En primer lugar, un sesgo tecnocrático en las políticas de austeridad (frente a los valores democráticos precedentes) y, en segundo lugar, una revitalización del nacional-populismo (frente al pragmátismo anterior). Estos dos fenómenos, en definitiva, han incidido en el ‘déficit democrático’ europeo.

De este modo, y en paralelo, se han sucedido dos consecuencias dramáticas para la Unión, tanto para los países candidatos a entrar como para uno de sus más importantes miembros. Respecto del primero, Ucrania se encontraba en 2013 en unas negociaciones para entrar en la UE con un componente polémico: se produjeron en un momento de crisis, con fuerte polarizacion social y con tensiones entre la UE y Rusia. De este modo se produjo el llamado Euromaidán y la posterior anexión unilateral Rusa de Crimea -en abierta contradicción con el derecho internacional- mientras fomentaba el separatismo en Donesk y Lugansk.

Por otro lado, y exacerbado por el contexto internacional, se produjo la ya mencionada Primavera Árabe en 2013, con efectos paradójicos. Sólo Tunéz ha logrado transitar a la democracia mientras que otros países han evolucionado de forma divergente hacia tímidas reformas de consolidacion (Marruecos), la instauración de una nueva dictadura (Egipto), el estado fallido (Libia) o una guerra encarnizada como es el caso de Siria. Entre sus repercusiones más importantes están la proclamación del Estado Islámico en 2014, la intervención de potencias regionales islámicas, de Rusia y también de países de la coalición occidental (EEUU y Francia). Mientras el destino de la contienda permanece incierto, se ha desatado una auténtica crisis de refugiados que ha puesto en cuestión el papel de la UE como garante del Estatuto Internacional del Refugiado de 1951.

Y es que, en un contexto de recesión economica y de ascenso generalizado del populismo xenófobo (en Grecia, Francia, Holanda, Polonia, Hungría, etc) han sido factores de primer orden en la gestión de esta crisis. Además, este componente, junto con la escalada del terrorismo yihadista en distintos países de la Union, está relacionado con la victoria del ‘Brexit’ en 2016. Este ha sido el ejemplo más dramático de la conjunción de todas las variables del contexto, poniendo a prueba más de medio siglo de integración eficaz de los países europeos sobre un acerbo cosmopolita.

Pero, así como la crisis económica originada en Estados Unidos ha sido un catalizador importante de las crisis que atraviesa la Unión, ésta, a su vez, parece haber inducido el populismo al otro lado del Atlántico. Frente a la esperanzadora administración Obama, caracterizada por la rápida reacción frente a la crisis economica, el impulso del estado del bienestar, el deshielo con Cuba, el acuerdo nuclear con Irán, el giro hacia Asia-Pacífico o el pacto sobre el cambio climático celebrado en Paris en 2015; la administración Trump supone un verdadero desafío. El virage de 180º está motivado por factores de contexto pero, también por el ascenso de China y las primeras consecuencias que la cuarta revolución industrial y las nuevas deslocalizaciones están teniendo sobre la industria de la que fue, hasta hace poco, primera economia del mundo.

Junto con ello, el estilo del nuevo presidente ha incrementado la tensión con sus tradicionales aliados y también con sus potenciales enemigos. Prueba de ello es el enfriamiento agudo de las relaciones con la UE en favor de una relación a través de una OTAN más fuerte, el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel contra lo que hasta entonces habia sido un pilar de la diplomacia mundial, el reconocimiento de Taiwan por encima de la aceptación tácita de la doctrina de ‘una sóla China’, la escalada de tensión sobre Corea del Norte debido a los reiterados y preocupantes ensayos nucleares y, en definitiva, la primacía del unilateralismo por encima de la agenda de la comunidad internacional.

Por último, el destino de África parece ensombrecerse debido, no sólo al “invierno árabe” sino también por la profundización de sus problemas tradicionales. Los estados débiles, fruto de la herencia colonial y postcolonial inconclusa, continúa poniendo dificultades para la senda del desarrollo. En clave económica, la pobreza extrema y la desigualdad endémicas de áfrica subsahariana continúa siendo uno de los principales desafíos de la agenda internacional, pero las débiles administraciones de destino dificultan o impiden el diagnostico y seguimiento de la situación, así como la canalización eficaz de transferencias de la ayuda oficial debido a la corrupción. Y es en unos estados levantados al margen de cualquier principio nacional, las desigualdades, en muchas ocasiones, continúan siendo paralelas a la étnia. Por ello, no son de extrañar episodios como la guerra civil de Sudán y la formación de Sudán del Sur en 2013 como el estado reconocido más reciente del mundo, o el reciente golpe de estado en Zimbaue. Ambos ponen de manifiesto la incapacidad de las estructuras políticas de conservar la paz, la alternancia del poder y también de ser eficaces en la solución de sus problemas. Además, las consecuencias de la ‘bomba demográfica’ en estados tan frágiles puede augurar el recrudecimiento de los problemas.

En conclusión, el panorama internacional se caracteriza por la descomposición del orden precedente, sin que haya habido una sustitución estable por otro sistema. Los avances democráticos que auguraron la caída del muro de Berlín han encontrado resistencias de muy diverso tipo. En primer lugar, derivadas de su integración efectiva (Visegrado), de su involución (Rusia) de su estancamiento (China) o de sus capacidades para resurgir (Gran Oriente Medio). Esto se ha visto agravado por nuevos desafíos derivados de la globalizacion con dos componentes: político -la emergencia de nuevos actores y las dificultades para una gobernanza coherente- y economicos -derivados de la crisis economica y financiera y, en general, de la competición creciente entre EEUU, UE y BRICS. Entre tanto, la agenda mundial de Naciones Unidas -a través de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y, en la actualidad, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la agenda global contra el cambio climático- se encuentra desplazada por viejas amenazas vinculadas al unilateralismo: el autoritarismo, el fundamentalismo y la amenaza nuclear. Por ello, frente al desorden internacional, es preciso articular un nuevo orden internacional que recupere una visión estratégica de los problemas de la humanidad para regresar a una senda esperanzadora tal y como auguraron las primeras décadas del nuevo milenio.

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