Vulnerabilidades de las democracias pluralistas

En las últimas décadas, el debate sobre las reformas que requiere una democracia de calidad han dejado de estar relacionadas con la crisis económica de 08 y la posterior crisis política con el auge de los populismos. Las reformas que planteaban diferentes movimientos sociales -mayor representatividad y participación- han quedado obsoletas por el curso acelerado de los acontecimientos. Ya no se trata de una reforma profunda de las democracias para incluir mayor pluralismo, sino de una crisis existencial que recuerda, por incierto, al periodo de entreguerras.

El pluralismo democrático está cuestionado tanto interna como externamente. Crecen con fuerza los partidos y movimientos populistas que, aprovechando las libertades e instituciones pluralistas, apuestan por una regresión democrática a imagen de líderes iliberales o regímenes autoritarios. Según un estudio de World Values Survey, la confianza en que la democracia es el mejor sistema de gobierno se acerca a sus mínimos históricos en ambos lados del atlántico (tanto en Europa como en América, es de 40%) mientras en Rusia o China la aprobación del Gobierno supera el 70%.

La crisis de las democracias se relaciona con su falta de capacidad para generar confianza y, más específicamente, en solucionar problemas globales y construir un proyecto de futuro. Las democracias necesitan alianzas, ser más fuertes unidas, incrementar su pluralismo y desactivar su tendencia a concentrarse en sus vulnerabildades inmediatas, las del aquí y del ahora. Los problemas no son solo problemas de funcionamiento interno, estatales, sino globales y su complejidad exige una planificación a largo plazo. Necesitan capitalizar su inteligencia distribuida, ser aún más plurales para incluir los intereses mundiales y de futuro de cuya solución depende en buena medida su legitimidad.

Tras esta introducción, se dividirá el ensayo en tres partes. En la primera se tratarán las vulnerabilidades globales, para las que se requiere una colaboración y alianza global para reforzar el pluralismo y multilateralismo internacional. En la segunda parte se tratarán la necesidad de planificar un futuro sostenible para lo que las democracias requieren innovaciones más allá del sistema electoral y su sesgo cortoplacista. Por último, en la tercera parte, se analizan las posibilidades de una profundización digital de la democracia: Internet es un entorno Global pero vulnerable y muy dependiente de incentivos a corto plazo.

Se da paso a la primera parte, dedicada a la necesidad de una colaboración y alianza global entre las democracia. La democracia moderna se ha desarrollado en un contexto westfaliano, de protagonismo del estado en las relaciones internacionales. Frente al estado patrimonial y absoluto (‘estado soy yo’ de Luis XIV); un estado nacional democrático (‘nosotros, el pueblo’ de la constitución de los EEUU). El estado fuimos nosotros, siendo cada vez más plural, gracias al concepto de nación y de poder constituyente. Aumentaron el número de movimientos y partidos hasta el logro del sufragio universal generalizado tras la segunda guerra mundial.

El mundo dejó de ser westfaliano y la protección de los intereses de toda la humanidad se fió a instituciones que trascendían al estado-nación. El ejemplo paradigmático fueron la Declaración de los Derechos Humanos y la Organización de Naciones Unidas de 1945. Los derechos imponen límites al poder de los estados respecto de cualquier persona, sea o no nacional; y la ONU implica un foro democrático y plural (hasta el extremo de integrar a regímenes no democráticos) para la solución de controversias. El consejo de Seguridad supone un freno a la guerra entre estados, y la proliferación de organizaciones supraestatales como la Organización Mundial del Comercio fomentan relaciones  beneficiosas para todos. Evitar la guerra y hacer el comercio fue también uno de los éxitos de la Liga de Delos entre las ciudades estado democráticas de la antigüedad.

Hoy, el desafío global de las democracias sigue siendo el mismo: individualmente, una ciudad o un estado son incapaces de solucionar problemas globales. Cooperando unidas, logran un triple objetivo: contribuyen a democratizar las relaciones internacionales y a solucionar problemas globales; profundizan en sus propias democracias y, además, coadyuvan a que regímenes autoritarios transicionen a regímenes democráticos y pluralistas. Este círculo virtuoso se retroalimenta, y permite que los intereses extranjeros, antes ausentes, se integren y mejoren la calidad democrática.

La Unión Europea es un excelente ejemplo de esta triple capacidad, a la que se añaden sus innovaciones en materia de ciudadanía y arquitectura institucional. Frente a la nación como protagonista del estado democrático, la pluralidad de nacionalidades en Europa (enfrentadas, hace 70 años, precisamente en la Segunda Guerra Mundial) ha servido para construir lo que Jürgen Habermas califica de constelación postnacional. La ciudadanía europea recogida en los artículos 20 a 25 del TFUE se complementa con instrumentos de protección de los Derechos Humanos a través de la vinculación del Derecho de la Unión con instituciones como Consejo de Europa y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Por otro lado, frente a la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) la Unión se caracteriza por una pluralidad de poderes que integran como intereses legítimos los de su ciudadanía (en el parlamento), sus Estados Miembros (en el Consejo) y la propia Unión (en la Comisión).

Sin embargo, la ausencia de un centro (de un punto de Arquímedes, como lo es el parlamento en los sistemas parlamentarios) exige una colaboración entre instituciones que Araceli Mangas califica de ‘triálogo equilibrado’, con vulnerabilidades de legitimidad, gobernabilidad y rendición de cuentas. Pero, a la vez, supone un mecanismo de integración de diferencias que ha democratizado a un número creciente de países en sucesivas ampliaciones, incluyendo a España desde 1986. Hoy la UE es un actor democrático de primer orden en todo el mundo, siendo palanca imprescindible en el éxito de agendas tan ambiciosas en todo el mundo como los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

En conclusión, la primera vulnerabilidad proviene de que la ciudadanía democrática está circunscrita en estados, y tienen dificultades para integrar los intereses extranjeros y los problemas mundiales en sus decisiones. La solución proviene de mecanismos de colaboración. En este sentido, la UE innova con una nueva articulación de poder, territorio y población más allá del estado-nación. Ello no ha estado exento de problemas, como pone manifiesto el Brexit. Por ello, para consolidar su proyecto pluralista, la UE puede tejer nuevas alianzas democráticas en materias como la promoción de la paz, la garantía de derechos humanos, el comercio multilateral, y el cuidado de trabajadores transfronterizos, personas migrantes y solicitantes de asilo. Estos bienes globales requieren poner en práctica una política intensificación de las relaciones con organizaciones internacionales como la ONU, la OTAN, o la OMC, políticas de vecindad especialmente en relación con el mediterráneo, el estudio de las posibles adhesiones de nuevos países como Albania o Macedonia del Norte, así como la actualización de la agenda Europa de Migraciones. Todo ello puede servir para solucionar la crisis existencial de la UE, y por extensión, de la democracia en este entorno global.

Con ello se da paso a la segunda parte, dedicada a la necesidad de planificar un futuro sostenible para lo que las democracias requieren innovaciones más allá del sistema electoral y su sesgo cortoplacista. Históricamente, la democracia ha ganado en pluralidad con la ampliación del sufragio. A los intereses de la burguesía se la han ido añadiendo los del tercer estado en toda su extensión (el proletariado, las mujeres, las minorías no-blancas, etc). El resultado ha integrado a la práctica totalidad de intereses presentes en la sociedad. Y esa es la clase: Las mayorías de hoy tienen una gran capacidad para determinar el futuro, reduciendo la capacidad de decisión de los electores de mañana. El futuro es la gran circunscripción olvidada, cuyos intereses a menudo son tratados como los de un país extranjero.

Pero hoy, las democracias están cada vez más preocupadas por el futuro, por su sostenibilidad a largo plazo. Las críticas señalan cada vez más a la brevedad y fragilidad de los compromisos electorales, marcados por legislaturas cortas y una duración cada vez más breve de los gobiernos, incapaces de liderar transformaciones necesarias en momentos críticos como los actuales. Frente a la aparente eficacia de los regímenes autoritarios, las democracias requieren innovaciones para integrar y privilegiar decisiones estratégicas ante un futuro incierto que acerca con velocidad.

Existen antecedentes de mecanismos inteligentes que permiten una gestión planificada y sostenible, especialmente en materia económica. Tradicionalmente, los gobiernos tenían competencia en la definición de la política monetaria, ejecutada a través de los Bancos Centrales. Sin embargo, en periodos de crisis, los gobiernos hicieron un uso irresponsable de la misma, aumentando la masa monetaria, aunque ello tuviese efectos muy perjudiciales sobre la inflación, el crecimiento, el empleo y el comercio exterior. Por ello, al considerar que la estabilidad de la moneda es un interés superior y a largo plazo, se apostó por autoridades independientes de carácter técnico. Este es el caso de España y de la ley 13/94 de autonomía del Banco de España.
Y es que frente a la tecnocracia independiente es difícil de introducir mecanismos democráticos. Alargar las legislaturas uno o dos años en poco contribuiría a planificar a muy largo plazo. La limitación de mandatos, al eliminar el incentivo de la reelección, podría incentivar una conducta responsable, aunque impidiendo proyectos de varias legislaturas. Podrían introducirse requisitos de mayorías reforzadas para decisiones con claros efectos de futuro, aunque no impide que una mayoría hoy se imponga sobre un interés del mañana.

Teniendo en cuenta estas dificultades, se aventura una linea de acción alternativa: el refuerzo de la capacidad técnica de la administración y de los órganos consultivos. En este ámbito el Consejo de Estado o la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (creada por LO 6/13) puede servir de ejemplos a seguir. Además, desde el punto de vista comparado, pueden extraerse enseñanzas como las comisiones parlamentaras para el futuro o estándares de justicia intergeneracional. El pacto de Toledo y el Indice de Equidad Intergeneracional (introducido por la ley 23/13) ligado a la revalorización de las pensiones pueden servir de antecedentes sectoriales de estas prácticas. Por último, en el seno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se han generalizado indicadores y estándares que sirven de base para la elaboración de políticas basadas en la evidencia en ámbitos económicos y sociales, así como educativos (informe Pisa).

Por otro lado, podemos pensar también en el marco de la gobernanza europea. En primer lugar, en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y la introducción de la regla de oro presupuestaria en el art 135 CE. Impedir el déficit y la deuda pública excesiva no impiden realizar una u otra política presupuestaria (más allá de las previsiones del art 144 TFUE en relación con la aproximación tributaria) sino ajustar ingresos y gastos, y la necesidad de una planificación que asegure la sostenibilidad a largo plazo. Destaca el Marco Financiero Plurianual (art 312 TFUE) 2020-2027 en el que se integran los presupuestos de la UE, que actualmente se encuentra en periodo de negociación. También cabe referirse a la estrategia Europea 2020 que dispuso objetivos en materias muy amplias como el empleo, la investigación, la energía y clima, la educación o la equidad social. Por último, el compromiso de la comisión con el Tratado de París en su estrategia para lograr la neutralidad climática de la UE en 2050.

Con todo ello, la UE se ha revelado como un mecanismo capaz de planificar a largo plazo y de impulsar la convergencia en las políticas de distintos estados miembros que tuviesen consecuencias a largo plazo. Sin embargo, el grado de conflictividad (en relación con la competencia, el carácter vinculante o el control de las decisiones) también se ha ido incrementando, con consecuencias difíciles de valorar políticamente. Por ello, es preciso introducir mejoras que optimicen el proceso de decisión, evaluando el principio de subsidiariedad: tanta planificación como sea necesaria, tanta libertad como sea posible.

En conclusión, la segunda vulnerabilidad de la democracia pluralista proviene del la falta de incentivos para planificar a largo plazo. El proceso electoral privilegia a los electores de hoy sobre los del mañana, y los dirigentes políticos tienen incentivos para priorizar lo urgente a lo importante, a menudo condicionados por el deseo de ser reelegidos. Frente a esto, las soluciones posibles son: restringir la capacidad de decisión e incrementar la disponibilidad de información. El intercambio de buenas prácticas a nivel interestatal y la integración de la UE son ejemplos de que la planificación a largo plazo es posible en materias muy diversas, aunque es preciso una mejora del proceso de gobernanza para evitar una conflictividad creciente y los efectos indeseados que ello implica. En este sentido no cabe más que aprender del pasado para evitar errores en el futuro.

Por último, se da paso a la tercera y ultima parte, en la que se analizan las posibilidades de una profundización digital de la democracia. Un factor esencial de la calidad democracia es el acceso a la información y la deliberación. Antes de Internet, la información era escasa y dos instituciones tenían la capacidad de convertirla en conocimiento. En primer lugar, la administración burocrática. A partir de archivos y registros, custodia información sobre sus ciudadanos para diseñar políticas públicas. En segundo lugar, los medios de comunicación que seleccionan la información relevante (también controlando al funcionamiento del gobierno y la administración) y distribuyen una imagen del mundo a las audiencias nacionales. Pero Internet lo ha cambiado todo.

En un primer momento se pensó que fortalecería a la ciudadanía. En primer lugar respecto del gobierno y la administración: la digitalización la haría más transparente, ágil y facilitaría la participación y el control ciudadano. En segundo lugar, respecto de los medios de comunicación, diversificaría las fuentes de información e incluso fomentaría que los ciudadanos creasen ellos mismos nuevos contenidos. Pero estos anhelos tecnoutópicos no se cumplieron totalmente.

En su lugar, la administración cuenta con información muy valiosa y está en proceso de implementar estrategias de datos abiertos y reutilizables para capitalizar dicha información tanto en el diseño y evaluación de políticas como para uso por parte de sus creadores: la sociedad civil. De esta forma, en sus actividades privadas, impulsan la innovación, el crecimiento y el bienestar. Para lograrlo, se requiere un entorno digital accesible, confiable y seguro que garantice los derechos digitales y especialmente la intimidad. Y este es el problema.

Los internautas, en su actividad en la red, generan una enorme cantidad de datos de carácter personal que son atesorados por los proveedores del distintos servicios online. Con ellos, gracias a técnicas de big data, puede segmentarse a la población con un gran nivel de detalle, lo que permite recomendaciones personalizadas dirigidas a consumidores y, eventualmente, a votantes (especialmente en periodo electoral). A este fenómeno, se unen la proliferación de información (y de ruido), las fake news, la viralidad, la infoxicación y las burbujas de filtros. Todos estos fenómenos contribuyen a la formación de comunidades débiles, polarizadas y aceleradas.

En Internet, grandes plataformas de Internet (Google, Facebook, etc) tienen un enorme poder de mercado y son el instrumento de información de millones de personas en todo el mundo. Su poder económico y mediático no tiene precedentes, y por tanto, son un agente político de primer orden que pone en riesgo a las democracias tal y como las conocemos. La deliberación requiere, en palabras de John Rawls, una ‘posición original’ en la que rija el velo de ignorancia. Las condiciones para una deliberación pausada y reflexiva no se dan en la red. De ahí su capacidad disruptiva, puesta de manifiesto en el escándalo de Cambridge Analitica en las elecciones presidenciales de EEUU.

Los ciberriesgos son una de las manifestaciones más claras de las vulnerabilidades de las democracias estatales y concentradas en el presente. La profundización democrática pasa por unas instituciones resilientes a las amenazas e innovadoras respecto de las oportunidades que supone el nuevo entorno digital. De nuevo, la infraestructura de la democracia es administrativa, y la transformación digital del sector público es el fundamento sin el cual la democracia digital es mera utopía. Las estrategias de digitalización que se realizan en base a las recomendaciones de la OCDE e impulsadas por la agenda digital Europea pueden suponer una mejora de la capacidad institucional que puede contribuir a una democracia de mayor calidad.

Pero también se requiere calidad en la formación de la opinión pública y en los procesos electorales. Una de las prioridades de la Comisión Europea es vigilar que se cumplan las normas de competencia recogidas en los artículos 101 y siguientes del TFUE dentro del mercado único digital, para impedir el abuso de la posición dominante de determinados prestadores de servicio de Internet. También que los partidos políticos no accedan ni usen datos personales para maximizar sus opciones. Por último, las soluciones digitales no pueden generalizarse con garantías suficientes a la participación política. No sólo suponen un proceso crítico para las democracias, muy vulnerables, sino que el voto requiere una jornada de reflexión, de enfriamiento, y conservar el mínimo ritual social del voto, muy distinto del acto de la compra online.

En conclusión, más allá de las críticas al funcionamiento interno, las principales vulnerabilidades de las democracias hoy se relacionan con la dimensión global y la dimensión de futuro, para las que las democracias requieren alianzas globales y planificaciones a largo plazo. En este sentido, Internet constituye el ecosistema que mejor representa ambas tendencias, y al que la administración ha de adaptarse con rapidez para asegurar la infraestructura suficiente para una democracia de calidad. En todo ello, la UE ofrece posibilidades de innovación, no exentas de dificultades, que requieren repensar nuevamente sus fortalezas y debilidades.

Simone Weil – Nuestro tiempo (y la revolución)

La época actual es de aquellas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir se desvanece, en las que se debe cuestionar todo de nuevo, so pena de hundirse en el desconcierto o en la inconsciencia. Que el triunfo de movimientos autoritarios y nacionalistas arruine por todas partes la esperanza que las buenas personas habían puesto en la democracia y en el pacifismo es solo un aspecto del mal que sufrimos, este es mucho más profundo y está más extendido. Podemos plantearnos si existe un ámbito de la vida pública o privada en el que la fuente de actividad y de esperanza n esté envenenada por las condiciones en las que vivimos. El trabajo ya no se realiza con la orgullosa conciencia de ser útil, sino con el sentimiento humillante y angustioso de poseer, sólo por el hecho de disfrutar, sencillamente, de un puesto de trabajo, un privilegio concedido por un pasajero favor de la suerte, privilegio del que están excluidos muchos seres humanos. Los empresarios han perdido la ingenua creencia en un progreso económico ilimitado que les hacía creer que tenían una misión. Parece que el progreso técnico ha quebrado ya que, en lugar de bienestar, lo único que ha aportado a las masas es la miseria física y moral en la que las vemos debatirse; por lo demás, las innovaciones técnicas ya no se aceptan prácticamente en ninguna parte, salvo en la industria de la guerra. En cuanto al progreso científico, no se ve con facilidad para qué puede servir apilar aún más conocimientos sobre un cúmulo ya demasiado vasto como para que lo abarque el pensamiento de los especialistas; la experiencia muestra que nuestros antepasados se engañaron al creer en la difusión de las luces, porque no es posible divulgar a las masas sino una miserable caricatura de la cultura científica moderna, caricatura que, lejos de formar su juicio, les habitúa a la credulidad. Incluso el arte sufre el contragolpe del desconcierto general que, en parte, le priva de su público y, por ello, perjudica su aspiración. La vida familiar, en fin, no es sino ansiedad desde el momento en que la sociedad se ha cerrado para los jóvenes. La generación cuya vida es únicamente febril espera del futuro vegeta, en todo el mundo, con la conciencia de no tener ningún futuro, de que no hay lugar para ella en el universo. Por lo demás, aunque este mal es más agudo para los jóvenes, es hoy común a toda la humanidad. Vivimos una época privada de futuro. La espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia.

Hay, sin embargo, desde 1789, una palabra mágica que contiene todos los futuros imaginables y nunca está tan cargada de esperanza como en las situaciones desesperadas; es la palabra “revolución”. De un tiempo a esta parte se pronuncia a menudo. Deberíamos estar, al parecer, en pleno periodo revolucionario; pero, de hecho, todo sucede como su el movimiento revolucionarios decayera con el régimen que aspira a destruir. Desde hace más de un siglo, cada generación de revolucionarios ha esperado alternativamente la proximidad de una revolución; hoy, esta esperanza ha perdido todo lo que podría servirle de soporte. Ni en el régimen nacido de la revolución de octubre, ni en las dos Internacionales, ni en los partidos socialistas o comunistas independientes, ni en los sindicatos, ni en las organizaciones anarquistas, ni en las pequeñas agrupaciones de jóvenes que desde hace un tiempo han surgido en tan gran número, puede encontrarse algo que sea vigoroso, sano o puro; hace tiempo que la clase obrera no ha dado ningún signo de aquella espontaneidad con la que contaba Rosa Luxemburgo y que, por otra parte, jamás se ha manifestado sino para ser inmediatamente ahogada en sangre; a la clase media no le seduce la revolución salvo cuando la evocan, con fines demagógicos, aprendices de dictador. Se repite a menudo que la situación es objetivamente revolucionaria, que solo falta “el factor subjetivo”; ¡como si la carencia total de la fuerza que, solo ella, podría transformar la situación no fuese un carácter objetivo de la situación actual, cuyas raíces hay que buscarlas en estructura de nuestra sociedad! Por ello, el primer deber que nos impone el presente es el de tener suficiente valor intelectual como para preguntarnos si el término revolución es algo más que una palabra, si tiene un contenido preciso, si no es, sencillamente, una de las numerosas mentiras suscitadas por el desarrollo del régimen capitalista y que la crisis actual nos hace el favor de disipar. La cuestión parece impía, debido a los seres nobles y puros que han sacrificado todo, incluída su vida, a esta palabra. Pero solo los sacerdotes puede pretender que el valor de una idea se mida por la cantidad de sangre que ha hecho derramar ¿Quien sabe si los revolucionarios no han vertido su sangre tan vanamente como los griegos y troyanos del poeta, que, embaucados por una falsa apariencia, se batieron durante diez años en torno a la sombra de Helena?

Simone Weil – Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social

Traducción – A message to the 21st century by Isaiah Berlin

Un mensaje para el siglo XXI

Isaiah Berlin
The New Yorker Review
23 de octubre de 2014

Hace veinte años – el 25 de noviembre de 1994- Isaiah Berlin aceptó el doctorado honoris causa en Derecho por la Universidad de Toronto. Preparó el siguiente «credo» (tal como él lo llamo en una carta a un amigo) que fue leído en su nombre.

La tumba de Karl Marx. Cementerio de Highgate. Londres.

La tumba de Karl Marx. Cementerio de Highgate. Londres.

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.» Con estas palabras Dickens empezó su famosa novela «Historia de dos ciudades.» Pero no puede decirse lo mismo sobre nuestro propio y terrible siglo. Los hombres se han destruído mutuamente durante milenios, pero las muertes de Atila el Huno, Genghis Khan o Napoleón (quien introdujo las matanzas masivas en guerra), incluso el genocidio armenio, palidecen en insignificancia frente a la Revolución Rusa y sus resultados: la opresión, tortura, asesinato que pueden ponerse a los pies de Lenin, Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot y la sistemática falsificación de la información que nos impidió conocer estos horrores durante años no tienen parangón. No fueron desastres naturales, sino crímenes humanos evitables, y a pesar de quienes crean en el determinismo histórico, pudieron ser evitados.

Hablo con particular emoción, porque soy un hombre muy viejo, y he vivido durante casi todo el siglo. Mi vida ha sido pacífica y segura, y siento casi vergüenza a la vista de lo que le sucedió a muchos otros seres humanos. No soy historiador, y por eso no voy a hablar con autoridad sobre las causas de estos horrores. Sin embargo, quizá pueda intentarlo.

Desde mi punto de vista, no fueron causados por las habituales emociones negativas humanas, como las llamó Spinoza (temor, avaricia, odio tribal, celos, amor al poder) aunque, desde luego, han jugado un rol malvado en ellos. Han sido causados, en nuestro tiempo, por ideas o, mejor dicho, por una idea en particular. Es paradójico que Karl Marx, quien restó importancia a las ideas en comparación con las fuerzas sociales y económicas impersonales, haya transformado el siglo XX con sus escritos en dos direcciones distintas: en la que el quiso y, por reacción, en la contraria. Heine, el poeta alemán, en uno de sus famosos escritos, nos dijo que no hay que infravalorásemos al filósofo sentado y callado en su estudio. Si Kant no hubiese desmantelado la teología, decía, Robespierre no hubiera cortado la cabeza del Rey de Francia.

Predijo que los discípulos armados de los filósofos alemanes -Ficht, Schelling y los demás padres del nacionalismo alemán- destruirían los grandes monumentos de Europa Occidental en una ola de fanática destrucción que haría de la Revolución Francesa un juego de niños. Esto puede parecer injusto para los metafísicos alemanes, pero la idea nuclear de Heine parece ser válida: de alguna forma, la ideología Nazi tendría sus raíces en el pensamiento anti-ilustrado alemán. Hay hombres que matan y mutilan con la conciencia tranquila bajo la influencia de las palabras y escritos de algunos de quienes creen con certeza de que la perfección puede ser alcanzada.

Dejad que me explique. Si estás firmemente convencido de que hay alguna solución a todos los problemas humanos, y puedes concebir una sociedad ideal en la que el hombre puede acceder si hace lo necesario para alcanzarla, entonces tu y tus seguidores creeréis que no hay precio suficientemente alto a pagar para abrir las puertas de semejante paraíso. Sólo los estúpidos y los malévolos ofrecerán resistencia una vez que se les muestren las verdades esenciales. Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no pueden ser persuadidos, será necesario aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejercerá la coerción, la violencia si es inevitable. El terror, la carnicería, de ser necesario. Lenin creyó en esto tras leer El Capital y pensó, consecuentemente, que si existe una forma de crear una sociedad justa, pacífica, feliz, virtuosa y libre con los medios que él defendía, el fin justificaba los medios. Literalmente, cualquier medio.

La convicción fundamental que subyace a esto es que las cuestiones centrales de la vida humana, individual o social, tienen una respuesta verdadera que puede ser descubierta. Puede y debe ser implementada, y aquellos que han las han descubierto son lideres cuya palabra es ley. La idea de que a cada pregunta genuína corresponde una respuesta verdadera es una noción filosófica muy antigua. Los grandes filósofos atenienses, judíos y cristianos, los pensadores del Renacimiento y del París de Luis XIV, los reformistas radicales del siglo XVIII, los revolucionarios del XIX -no importa cuánto pudieran diferir acerca de cuál era la respuesta o la forma para descubrirla (sangrientas guerras se libraron por ello)- todos estaban convencidos de que sabían la respuesta y de que sólo el vicio y la estupidez humanos obstaculizaban su realización.

Esta es la idea de la que hablaba y me gustaría deciros que es falsa. No sólo porque las soluciones dadas por diferentes escuelas de pensamiento social difieren, y ninguna puede ser demostrada por métodos racionales, salvo por una razón más profunda. Los valores centrales con los que los hombres han vivido, en muchos territorios y por mucho tiempo -estos valores, aunque no sean enteramente universales, no son siempre armoniosos unos con otros. Algunos lo son y otros no. El hombre siempre ha clamado por la libertad, la seguridad, la igualdad, la felicidad, la justicia, el conocimiento y muchas más cosas. Pero la completa libertad no es compatible con la igualdad completa -si los hombres fuesen enteramente libres, los lobos serían libres de comer a las ovejas. La perfecta igualdad significa que las libertades humanas deben ser restringidas para que a los más diestros o bien dotados no se les permita avanzar más allá de quienes inevitablemente perderían si hubiese competencia perfecta. La seguridad, y también la libertad, no pueden preservarse si se permite subvertirlas. En realidad, no todos los seres humanos buscan paz o seguridad. De ser así, no existiría quienes buscan la gloria en la batalla o en los peligros del deporte.

La justicia siempre ha sido un ideal humano, pero no es del todo compatible con la compasión. La imaginación creativa y la espontaneidad -espléndidas en si mismas- no pueden reconciliarse del todo con la necesidad de planear y organizar, con el cálculo cuidadoso y responsable. El conocimiento, la búsqueda de la verdad -el más noble de los objetivos- no puede coincidir enteramente con la felicidad ni con la libertad que el hombre desea, ya que si supiera que tengo una enfermedad incurable, ello no me haría más feliz o más libre. Siempre tengo que elegir entre paz y excitación, entre el conocimiento y la feliz ignorancia. Y así sucesivamente.

Y, entonces ¿qué debe hacerse para contener a los campeones, a veces fanáticos, de uno u otro de estos valores, cada uno de los cuales tiene a pisotear al resto, tal y como los grandes tiranos del siglo XX pisotearon la vida, la libertad y los derechos humanos de millones de personas por tener la mirada fija en algún dorado futuro?

Me temo no tener un respuesta dramática: sólo se que, si hemos de perseguir los valores humanos es necesario establecer compromisos, compensaciones y medidas para evitar que vuelva a ocurrir lo peor. tanta libertad por tanta igualdad; tanta libertad de expresión por tanta seguridad; tanta justicia por tanta compasión. Lo que quiero decir es que algunos valores chocan entre sí: todos los fines que perseguimos como seres humanos son producto de nuestra naturaleza común, pero tal persecución debe ser en controlada en alguna medida -la libertad y la persecución de la felicidad, lo repito, pueden no ser enteramente compatibles una con otra, como la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Por tanto, tenemos que pesar y medir, pactar y conceder, y prevenir que una forma de vida choque y destruya a quienes no la comparten. Sé muy bien que esta no es una bandera bajo la que los jóvenes entusiastas e idealistas deseen marchar: parece demasiado dócil, demasiado razonable, demasiado burguesa, y no compromete emociones generosas. Pero debéis creerme, uno no puede tener todo lo que quiere – no sólo en la práctica, sino tampoco en teoría. Negarlo, buscar un sólo ideal que se extralimite porque es el único y verdadero para la humanidad, invariablemente conduce a la violencia. Y después la destrucción, la sangre -los huevos están rotos, pero la tortilla nunca llega; sólo un infinito número de huevos, de vidas humanas, listas para romperse. Al final, los idealistas pasionales olvidan la tortilla, y simplemente rompen huevos.

Me alegro de que al final de mi larga vida comienza a vislumbrarse cierta comprensión sobre esto. La racionalidad y la tolerancia, todavía raras en la historia de la humanidad, no se desperdician. La democracia liberal, a pesar de todo, a pesar del mayor azote moderno de nacionalismo fanático y fundamentalista, se extiende. Las grandes tiranías están en ruinas, o lo estarán -incluso en China ese día no está muy distante. Me alegro de que a vosotros, a los que hablo, vayan a contemplar el siglo XXI: creo que sólo puede ser un tiempo mejor para la humanidad que mi terrible siglo XX. Quiero felicitarles por su buena suerte. Lamento no poder ver ese brillante futuro que, estoy convencido, vendrá. A pesar de la melancolía de mis palabras, me complace terminar con una nota de optimismo. Hay muy buenos motivos para pensar que está justificado.

http://www.nybooks.com/articles/2014/10/23/message-21st-century/

 

Entrevista ficticia con Mario Bunge

A continuación cuelgo un texto que escribí como comentario a una exposición que el filósofo Mario Bunge dio en mi facultad días antes de que se publicara la siguiente entrevista en el periódico. Es una reflexión sobre la que he vuelto varias veces al hablar con amigos y que refleja tanto las miserias de una filosofía caduca como mis opiniones personales. A continuación de las preguntas y de la respuesta de Bunge -en cursiva- se encuentra la respuesta que hubiera dado si hubiese tenido la oportunidad de contestar. Al final podéis encontrar el enlace a la entrevista original.

Bunge

El filósofo y profesor argentino Mario Bunge, Madrid. / Samuel Sánchez

 

Pregunta. ¿Puede haber filosofía sin ciencia?
Puede. La mayor parte de los filósofos no saben nada de ciencia, pero están varios milenos atrasados y no pueden profundizar en cuestiones importantes, que han sido ya respondidas por la ciencia, como por ejemplo qué es la vida, la psique, la justicia…

Respuesta. Yo siempre digo que no hay nada peor que saber de una sola cosa, y si esa cosa es filosofía, cuánto peor. Se podría decir, simplificando, que en la época premoderna –cuando filosofía y ciencia no estaban separadas- los filósofos estaban a la vanguardia del pensamiento; en la modernidad –el periodo de auge de la ciencia y esplendor de la filosofía- no se entiende a ninguno de los grandes filósofos sin su formación e inquietudes científicas (piénsese en Spinoza, Leibniz, Locke, Kant, Darwin o Marx por mencionar sólo a algunos) y por último, qué decir de los intelectuales contemporáneos más influyentes como Albert Einstein, Noam Chomsky o Claude Levi-Strauss… No prestar atención al desarrollo de otras disciplinas no es más que orgullo: el rasgo más aristocrático, estúpido y peor que la filosofía cree equivocadamente haberse sacudido. A pesar de todo, la ciencia también tiene que ser humilde: si la filosofía no puede nada por sí misma ¿qué pueden las ciencias sin ella?

P. Usted ha dicho que la ciencia y la técnica son los motores del desarrollo ¿Cómo está afectando la crisis a la producción de conocimiento?
De una doble manera. Primero se han reducido en casi todas partes los fondos para la investigación y, segundo, hay una crisis ideológica y hoy la ciencia asusta tanto a la izquierda como a la derecha. Antes los únicos enemigos de la ciencia estaban en la derecha; hoy hay muchos izquierdistas que confunden la ciencia con la técnica y creen que es ante todo una herramienta en manos de las grandes empresas.

R. Creo que el papel de la ciencia se haya en una difícil encrucijada. Por un lado, parece que Mario Bunge está en lo cierto al resaltar que gobiernos de todo color y pelaje están cortando la financiación de proyectos científicos de gran proyección así como en la formación de los futuros intelectuales, precisamente por la falta de beneficios inmediatos. En España resulta curioso que la situación catastrófica de las universidades y la ciencia básica –tal vez el inminente cierre del CSIC sea la mejor viñeta- coincide con la progresiva implementación de la industria nacional en las agencias espaciales y empresas militares con las que están muy relacionadas. Pero esto no es lo más importante. Vivimos en una época en la que la ciencia se haya en una situación por completo novedosa en la historia: no la subordinación de la investigación a intereses nacionales –tan antigua como la Royal Society o la Académie des Sciences) sino su control por grandes empresas privadas, especialmente en EEUU, el mayor centro económico, político y científico mundial, que se propone como modelo. Mientras que en el siglo XVIII los científicos eran aristócratas que gozaban de tiempo libre a quienes el hambre no atenazaba en absoluto, los nuevos científicos son trabajadores por cuenta ajena perfectamente sustituibles por otros, que temen (ahora más que nunca) su salida del sistema de empresas-universidades del que forman parte. ¿Qué podría hacer para ganarse la vida quien sólo sabe moverse entre microscopios?

P. ¿Aprenderemos algo de esta crisis?
Los golpes no enseñan nada, no creo que aprendamos de esta crisis, sobre todo si los gobiernos siguen pidiendo consejo a los economistas que contribuyeron a crearla, a los partidarios de políticas sin regulación.

R. Lo dudo horrores.

P. Usted ha dicho que la técnica, a diferencia de la ciencia básica pero a semejanza de la ideología, no siempre es moralmente neutral ni por lo tanto socialmente imparcial. ¿Cuál es su juicio global sobre la actual expansión de las tecnologías de la información y sus aplicaciones?
Todo avance técnico tiene aspectos positivos y negativos, desde el teléfono celular al iPad, que han facilitado la adquisición de información pero están destruyendo la sociedad, que se está aislando cada vez más. Están teniendo un efecto desolador, por ejemplo se leen menos libros cada vez. Antes los estudiantes dedicaban 25 horas semanales a estudiar, pero ahora ya son 15 y dentro de unos años serán 10 o 5. Las bibliotecas están vacías.

R. Estoy completamente de acuerdo Con Bunge en que el avance de la técnica conlleva posibilidades tanto negativas como positivas. Sabiendo esto, nuestro deber es maximizar las ventajas y minimizar los inconvenientes. Sería absurdo darle la razón a los luditas y empezar a destruir las máquinas porque nos sustituyen en el trabajo, porque generan paro o… porque sustituyan a las personas y generen soledad. Que las máquinas nos faciliten la vida o no es una cuestión por completo en nuestras manos. Si para que las máquinas ahorren esfuerzo a los trabajadores y nos dejen tiempo libre hubiese que modificar por completo el sistema económico en el que vivimos, eso sería lo sensato. Si para que las tecnologías de la información y la comunicación sean poderosas herramientas de aprendizaje y de conocimiento hay que transformar nuestra obsoleta mentalidad pedagógica, eso sería lo sensato. Platón ya se cuestionó acerca de los beneficios e inconvenientes de la escritura: es un remedio contra el olvido, pero a la vez es una forma de que el saber deje de estar en nuestras cabezas, propiciando el aprendizaje de memoria. Memoria y olvido… y ahora nos enfrentamos a algo parecido. ¿Cómo elegir? ¡Pues reteniendo lo bueno y evitando lo malo!

P. ¿El avance y la facilidad de la comunicación es positivo para la investigación?
La búsqueda de información hace que todo sea más rápido, pero obstaculiza la creatividad y la imaginación. Antes, cuando uno no encontraba algo en la biblioteca tenía que inventarlo o reinventarlo, exigía más esfuerzo, ahora se exige menos y eso no es bueno.

R. Sin ninguna duda. Y creo que Mario Bunge no ha prestado atención a lo esencial. La comunicación no obstaculiza la creatividad y la imaginación ¡qué barbaridad! ¿Cómo entender el nacimiento de la filosofía sin el crisol del mediterráneo? ¿Cómo evaluar el efecto de las calzadas romanas, las peregrinaciones religiosas y las rutas comerciales que dieron forma a las ciudades europeas? ¿Cómo juzgar la imprenta? Las ideas se gestan en relación, y no pueden por menos que extenderse: es un auténtico círculo virtuoso. ¿Cuál es el problema? Que nuestros estudios aún se imparten como si internet no existiese. ¡Es como si decidiésemos en nuestras universidades evitar los libros porque preferimos las ventajas de la oralidad que sedujeron al maestro Platón! Y aún peor: los investigadores, debido a las circunstancias de las que hablé antes (incluyamos el miedo al plagio, la autoría de patentes, la propiedad intelectual e industrial, etc.) están aterrorizados y no comparten información. En lugar de que el conocimiento fluya, se comparta y se distribuya ¡es privado y secreto! Es el mundo al revés.

P. En la biología contemporánea hay una fuerte tendencia a la genomización que lleva al determinismo genético. ¿Qué opina de ello?
Los biólogos auténticos no son deterministas genéticos. Hoy se habla de epigenética, el estudio de las transformaciones que va sufriendo el genoma por la acción del ambiente. Se creía que el genoma estaba blindado contra el ambiente pero hoy sabemos que puede combinarse químicamente y que esas mutaciones pueden heredarse. Sabemos que una rata separada de su madre tendrá una progenie socialmente inadaptada.

R. Este es un caso típico en el que la ciencia desoye las lecciones de la filosofía. Ya sea apelando a las disputas clásicas en torno a la libertad, o a las lecciones epistemológicas más modernas sobre los límites de las teorías, ha habido siempre disponibles fuertes argumentos contra esa clase de determinismo. Si el “gen egoísta” redujese por completo las explicaciones del comportamiento y fuese la explicación última de la vida, la consciencia de la que gozamos los Sapines jamás se habría seleccionado en la historia evolutiva ya que, fuera de hipótesis, la química neural nos llevaría a actuar fuésemos o no conscientes de nuestros actos. Pero no es el único argumento a esgrimir. El imperialismo de la biología -heredero del imperialismo de la física que la lastró durante todo el SXX- tienen graves dificultades al manejar nociones de objetividad y verdad que ningún epistemólogo prudente estaría dispuesto a aceptar: olvidando las mutuas relaciones entre teorías, sus dependencias y el control mutuo que ejercen, pone en peligro el estatus científico de la ciencia a la que sirve al exponerse a que las ciencias que están a su base caigan en crisis. Pretendiendo erigirse en una atalaya privilegiada y juzgar científicamente sobre temas que sobrepasan su rango explicativo, se adentra en una proto-teodicea cientifista donde Todo quede explicado, aproximándose peligrosamente a la ideología, a la religión y al dogma.

P. Cajal, con cierta ironía, escribió que el ser humano tiene una glándula de creer que se va extinguiendo poco a poco pero que aún sigue presente. ¿Qué opina usted de las falsas ciencias?
Hay algo paradójico. Cuanto mayor es la educación de una persona tanto más dispuesta esta a creer en seudociencias, porque se entera de su existencia. La paradoja es que la educación, tal y como está, en vez de hacer que la gente piense en forma científica hace que se vuelva más supersticiosa. Es muy común encontrar especialistas científicos que se hacen tratar por psicoanalistas o por homeópatas.

R. En mi opinión, como acabo de decir, hay que incluir en el apartado de “falsas ciencias” tanto a las tradicionales pseudociencias, como a los programas científicos imperialistas. De éstos últimos ya he hablado suficientemente, pero en fin, deberíamos siempre recordar que la ciencia no sólo tiene un límite “por abajo” sino también otro “por arriba”. No somos animales ni dioses, y nuestro conocimiento comprende una estrecha franja entre dos formas igualmente perjudiciales de mitos. Con respecto a las pseudociencias, que la gente prefiera tratarse con homeopatía o psicoanálisis forma parte de la libertad de cada cual (la libertad de hacer con sus cuerpos lo que decidan, la libertad de adscribirse a cualquier creencia, etc). Aunque un programa educativo mejor pudiese servir como barrera, lo primero es mantener al sistema educativo protegido. Lo que no se puede tolerar es que las pseudociencias estén instalándose en las universidades y otras instituciones académicas. La razón ya la he expuesto.

P. ¿Qué se puede hacer?
Hay que cualificar la manera de enseñar, que sigue siendo muy dogmática. Se enseñan ideas pero no se enseña a discutirlas. La finalidad de la educación es educar, no evaluar. Claro que necesito saber si el trabajo ha sido eficaz o no, hace falta alguna manera de evaluar, pero no con los exámenes, que solo valoran la memoria y hacen que el proceso de aprendizaje sea aterrador en vez de ser agradable y hasta excitante.

R. Estoy de acuerdo con Bunge en que las enseñanzas deben ser cualificadas y que debe enseñarse de una forma mil veces menos dogmática. Esto, en lo que conozco, es especialmente grave en la facultad de filosofía de la complutense. Siendo sincero, me pone negro que un sector de la universidad se alce contra la idea de que “hay que aprender a aprender” y que lo único que importan son los contenidos a adquirir. Hay que estar ciego para decir algo así, y que los filósofos sean los más vehementes defensores de esa barbaridad es lamentable. ¿Qué diría el bueno de Sócrates? ¿Dónde quedó la duda metódica? ¿Y Kant y esa famosa frase de que «no se puede aprender filosofía, sino sólo a filosofar»? La filosofía no sólo es una disciplina académica, es una forma de pensar y de enfrentarse a la realidad. Quizá el método, como siempre, sea más importante que el contenido. Mientras tanto, en la academia, parece querer rechazar sus más profundas señas de identidad. Con respecto a las instituciones, creo que no es deseable que las pseudociencias se enseñen en ellas aunque sólo fuera para refutarlas, como tampoco creo que deba enseñase teología en las universidades, o religión en los institutos aunque fuese con ese loable fin.

P. Hay un cierto rechazo actual de la sociedad hacia la ciencia, en cuestiones como las vacunas. ¿A qué se debe?
Es parte de la rebelión de los ineducados. Hay dos clases de rebeldes, los que saben algo y los que no saben nada y se rebelan contra todo y creen que todos los organismos del Estado, incluso las escuelas, son parte de una conspiración para dominar a la gente. Es la noción del saber entendido solo como un arma política. Se puede utilizar como arma política, pero la ciencia tiene una finalidad, estimular y satisfacer la curiosidad.

R. No hay mucho más que añadir…

P. ¿Qué les diría a quienes consideran que la historia, la sociología o la psicología no son ciencias?
La historia es mucho más científica que la cosmología. El buen historiador busca y da evidencia de prueba, a diferencia de los cosmólogos fantasistas, como Hawking. La historia es la más científica de las ciencias sociales.

R. Creo que hay un peligroso afán de asimilar cualquier disciplina académica a las ciencias básicas. Creo que el fin del imperialismo de la física en el SXX y los más que dudosos resultados del imperialismo de la biología en la actualidad ha dado paso a una nostalgia de un Gran Paradigma. Lo repetiré: creo que es efecto de un movimiento hacia la imposible teodicea. Pero volviendo a la cuestión, creo que no hay nada de malo, y creo que de hecho es deseable, que cada disciplina académica tenga sus propios cánones y estándares de legitimidad pues cada una tiene distintos objetos de estudio del que derivan distintas metodologías y de ahí que la práctica concreta de investigación en cada una de éstas áreas no pueda por menos que ser distinta. Si las reducciones fisicalistas no parecen satisfacer las verdaderas inquietudes de la biología ¿cómo podríamos pretender hacer lo mismo con las disciplinas biomédicas y sociales?

P. ¿Y la economía?
Es una semiciencia.

R. No soy un gran conocedor de la economía, pero, como dije antes, creo que si incluso para las ciencias básicas es importante prestar atención y dar valor al control que ejercen otras ciencias limítrofes, en el caso de las ciencias sociales esto se pone aún más de relieve. La economía no puede pretenderse una teoría que haya delimitado por completo su objeto de estudio sin prestar atención a la sociología, a la antropología, a la historia, etc. El holismo y la comunicación interdisciplinar debe ser a toda costa una clave en la comprensión de los fenómenos sociales. Prueba de ello son las obras de Marcel Mauss, Karl Polanyi, Marshall Shalins, Immanuel Wallerstein y otros intelectuales polifacéticos de los que cada vez hay menos.

P. ¿Cómo imagina el mundo en el 2050?
No me animo, no soy profeta. Puede que siga degradándose, puede ser que encuentre un camino más razonable. En este momento la situación mundial está muy mal, el mundo está dominado por un imperio, como lo estaba el mundo mediterráneo a final del imperio romano, y ese imperio se está expandiendo.

R. Nos encontramos en un momento crucial para la humanidad. En la universidad de Chicago, el “reloj del apocalipsis” está a cinco minutos para la medianoche, aunque ahora nuestro problema no es tanto (aunque también) la amenaza nuclear y los problemas políticos como la crisis ecológica. No hace falta ser profeta, como dice Bunge, para percatarse de una tendencia clarísima convertida en ley por Leslie White: el uso de energía per cápita ha aumentado desde los albores de la humanidad de forma exponencial. La función exponencial crece rapidísimamente y ha tocado techo con los límites del planeta. Para hacernos a la idea, un Neandertal consumía un promedio de cien vatios al día, mientras que nosotros consumimos doce mil. No se puede crecer indefinidamente en un mundo finito. Sólo nos queda decrecer por las buenas, de forma controlada y no traumática o esperar a que se suceda la catástrofe.

P. ¿Será más rápida la ciencia resolviendo problemas, como la degradación ambiental, por ejemplo, o la degradación correrá más?
El mito moderno es que las tecnologías de la información nos van a salvar, que mejorarán la sociedad y salvarán la naturaleza, pero es un mito completo. Con un ordenador no se cultiva el trigo, aunque conviene que el tractor tenga reguladores electrónicos, pero los grandes avances en la agricultura se deben a la genética y a la ingeniería, que ha construido máquinas mejores.

R. Mario Bunge tiene en esto toda la razón. Mientras el presupuesto mundial va destinado a programas espaciales y armamentísticos, la ayuda oficial al desarrollo agrícola ha descendido dramáticamente en las últimas décadas. Mientras el mundo se muere de hambre, millones de hectáreas cultivables se destinan a biocombustibles para los motores de nuestros automóviles, y los avances científicos en la ingeniería genética están privatizando el saber y la vida. Los gobiernos parecen no comprender el alcance de la catástrofe que se avecina.

P. Entonces ¿se atreve a hacer un pronóstico?
Me dan rabia los profetas porque confunden sus deseos con las posibilidades. Para hacer predicciones hacen falta leyes y no tenemos leyes de evolución de la sociedad.

R. Tenemos poco tiempo para reaccionar o los daños ecológicos serán irreversibles. Por otro lado, en otro plano, parece que el sistema económico está también al límite de sus fuerzas… Personalmente creo que hay dos grandes alternativas: o un mundo justo y sostenible, o el desierto de la barbarie.

 

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